Solo quienes viven en carne propia el sacrificio de abandonar todo por una vida digna, segura y prospera, pueden abrir su corazón y con voz de fe y esperanza pedirle al cielo que abra puertas y rompa candados para llegar a un destino mejor a su país.
El martes 14 de enero, en la Gran Central Metropolitana de San Pedro Sula, Honduras, un grupo de más de dos mil hondureños y hondureñas avanzan a paso firme hacia México o Estados Unidos, para buscar empleo, atención médica, educación para sus hijos o huir de la muerte.
Mientras eso sucede, el gobierno afirma que las caravanas de migrantes son orquestadas por grupos criminales con intereses políticos, haciendo caso omiso a la realidad que vive el país, una realidad retratada en testimonios de quienes sufren y están dispuestos a dejarlo todo por el sueño americano o en el peor de los casos por una realidad mejor a la que les ofrece su país.
En el camino por Guatemala, Janeth Rodríguez caminaba junto a sus dos hijos, uno de 12 años y una niña de un año. Janeth salió desde San Pedro Sula, dejando todo y abrazando la esperanza de una realidad prospera, pero a la vez incierta.
En Honduras Yaneth vendía tamales y elotes, lo hacía desde casa para estar cerca a sus hijos, pero los ingresos obtenidos a través de las ventas no ajustaban ni para la comida.
“A veces lloraba, sobre todo cuando mi hijo me pedía dinero para algo y yo no tenía como darle”, Yaneth abrazó una lágrima con su dedo y recordó lo difícil que es para una madre no tener dinero para darle de comer a su niña de un año.
Junto a sus dos hijos vivía en los bordos, conocidos como los bordos de Agua Azul, salida a la ciudad de El Progreso, en el este de San Pedro Sula. “Mi sueño es sacar adelante a mis padres e hijos, imagínese que yo no tenía dinero ni para poner a mi hijo de 12 años al colegio, eran 500 lempiras de matrícula y no los tenía”.
Janeth agarró sus maletas y las de sus hijos con solo 100 lempiras, capital que le acompaña actualmente en esta aventura de vida o muerte.
Unos viajan para buscar trabajo, otros para reunirse con su familia y muchos más para vivir, pues la muerte ronda sus casas, sus vidas, su familia y su destino. Desde el norte de Honduras, viaja un hombre, cuyo trabajo fue por más de 27 años el oficio de taxista, nunca imaginó ser parte de una caravana de migrantes, pero el destino le hizo una jugada inesperada.
Tres días antes de salir la caravana desde la Terminal de Autobuses en San Pedro Sula, los mareros tocaron la puerta de su unidad de taxi. “Queremos que nos lleves a hacer una misión”, exigieron los pandilleros.
“Yo les dije que no, que si querían, se llevaran mi carro y ya luego lo reporto como robado y ya, pero no me iba a prestar a eso”, respondió el joven quien describió que la misión consistía en ir a matar a alguien.
Al mediodía llegó a su casa y cuando almorzaba junto a su esposa, vio por la ventana una fuerte llamarada, se acercó y vio su taxi en llamas, llevó sus manos a la cabeza y con voz quebrada le dijo a su esposa “me quemaron el carro, nos quitaron nuestra fuente de ingresos”.
Al ver esa situación los recuerdos empezaron a atormentar su mente, cuenta que hace diez años sacó su carro al crédito y recién acababa de pagarlo, ahora quedó sin nada para producir dinero.
Con su taxi él obtenía de ganancias unos 400 lempiras al día, libre de gasolina y pago de tarifa, pero cada lunes debía pagar a dos maras 900 lempiras, por lo que le tocaba dedicar exclusivamente los fines de semana a trabajar para obtener el pago de la extorsión, porque de no hacerlo los mareros lo asesinarían.
“Si cuesta hacer dinero, imagínese pagar 900 lempiras a los pandilleros. Con sacrificio hacía mil lempiras al día, menos la tarifa y gasolina y me quedaba unos 400 lempiras al día”, recordó.
Este joven quien solicitó no revelar su identidad por su seguridad y la de su familia, también tomó sus maletas, besó a su esposa y a sus dos hijos, le pidió a Dios fuerza, sabiduría y bendición para un viaje de vida junto a otros miles de hondureños con realidades similares.
Y mientras la caravana avanza, unos se suman y otros se conocen, desde el sector Ocotillo, San Pedro Sula, viaja Miriam, quien busca repetir la historia de dos de sus hijos que se sumaron a las caravanas del año 2019.
Miriam relata que uno de sus hijos pasó a Nueva York y otro está en Tijuana, lugar donde espera llegar a través del actual recorrido. “Yo trabajaba de cocinera, perdí mi empleo en noviembre y ahora no encuentro nada, así que mejor decidí salir a buscar más oportunidades”.
Al igual que Miriam, otras hondureñas se sumaron a la caravana, tal es el caso de Marleni de 26 años quien viajó desde la colonia Villafranca de Tegucigalpa. Marleni viaja junto a cuatro hijos, uno de 10, 7, 4 años y un bebe de seis meses.
Para ella no es nada fácil caminar junto a cuatro pequeños, uno de ellos en brazos, “nos toca caminar, en bus, como toque, es difícil porque los niños se pueden enfermar, pero en el nombre de Dios allá vamos”.
Otras personas se fueron sumando en la medida que la caravana avanzaba, por ejemplo un señor que también pidió anonimato, se adhirió a la misma a la altura de Santa Rosa de Copán.
“Nosotros vivíamos en Santa Rosa de Copán y antes mirábamos las caravanas pasar, y pues llegó el momento de venirme, no quise traer a mi hijo y arriesgarlo”, contó.
Y así como se unieron en Santa Rosa de Copán, en otra región del occidente hondureño también lo hicieron otros jóvenes. Brayan Pineda de Santa Bárbara, tomó su guitarra y se unió a la caravana.
Brayan era estudiante, formó parte del Movimiento Estudiantil Universitario (MEU) de esa región, él tiene 23 años y además formaba parte de organizaciones ambientalistas. Brayan dice que toca salir a otro lugar, pues en Honduras no hay oportunidades de trabajo.
Y así como Brayan, Miriam y Marleni, hay miles de hondureños y hondureñas padeciendo el desempleo, la violencia, la falta de oportunidades y el desplazamiento, quienes ven en el éxodo la única cura para todos sus problemas.